Soy catalán; eso, al menos, pone en mi DNI, donde se especifica que nací en Barcelona. Mi padre era catalán, natural de Barcelona, igual que mi madre, que nació en Manresa, igual que mis hermanos, ambos barceloneses. Mi primer apellido, Mallorquí, no es balear, sino catalán, originario de Gerona; aunque no debería ser ese apellido -pues mi abuelo nunca reconoció a mi padre; Mallorquí era el apellido de mi abuela-, sino Serra, que más catalán no puede ser. Me falla el segundo apellido, del Corral, que es de origen cántabro; pero por lo demás soy más catalán que una barretina.
No obstante, cada vez que se me define como “escritor catalán” me siento extraño, como si no hablaran de mí. Porque soy el catalán menos catalán del mundo; un charnego al revés. ¿Cómo voy a sentirme catalán si me trajeron a Madrid cuando tenía un año de edad? Además, mi padre era un gran españolista que, por otro lado, le guardaba cierto rencor a Cataluña (quizá porque Cataluña no le tratara bien durante su niñez y juventud marcada por el estigma de ser “hijo natural”). Tanto es así que, aunque era bilingüe, sólo le oí hablar en catalán dos veces en mi vida. En cuanto a mi madre, no pertenecía a una rancia estirpe catalana; era hija de charnegos. Y, qué demonios, yo me he criado en Madrid, donde he vivido siempre. Así que no, no me siento catalán, aunque me gusta Cataluña y, en especial, Barcelona, una preciosa ciudad que, cuando se sacude el ombliguismo provinciano (algo que no siempre ocurre), puede ser muy cosmopolita.
Pero ahora me estoy replanteando las cosas. Si Cataluña se convirtiera en un país independiente, ¿qué pasaría conmigo? ¿Tendría que elegir entre ser catalán o español? ¿Podría tener la doble nacionalidad? ¿Debería aprender catalán, a mi años? (qué pereza, virgen santa). Y si el independentismo prospera, generando la consiguiente reacción en contra, ¿correría el peligro de ser apaleado por una falange de furibundos españolistas? Si optara por ser español, ¿sería considerado un traidor a la patria en Cataluña? Según la decisión que tomase, ¿tendría que renunciar al pa amb tomaca o, por el contrario, alimentarme sólo de botifarra amb mongetes? A mí, que la bandera española me la suda, ¿debería empezar a emocionarme la senyera? Y, sobre todo, ¿tendría que olvidar mi inquebrantable adhesión al Real Madrid para entregarme en cuerpo y alma a los colores del Barça?
Qué complicado todo, ¿verdad? Sobre todo, porque Madrid no me gusta. Antes sí que me gustaba, es cierto; durante mi niñez, cuando sólo era un pueblo grande, y allá por finales de los 70 y comienzos de los 80, cuando la ciudad reventó de optimismo y creatividad. Pero después de varias décadas de estar en manos de la derecha más cavernaria, Madrid se ha ido a la mierda, convirtiéndose en un lugar hostil y antipático. Lo cierto es que, si pudiera, me iría a vivir a otra parte. Pero, ¿a Cataluña? ¿A un Cataluña independiente? ¿A una NACIÓN, así, con mayúscula? Mmmm... creo que no, que mejor paso.
Porque, veréis, detesto el nacionalismo. El término “patria” forma parte de lo que yo denomino Grandes Palabras Peligrosas; es decir, palabras por las que la gente se mata entre sí. Y digo bien: palabras, no conceptos, porque términos como Patria, Dios o Raza no se refieren a algo claramente definido, sino a entelequias tan nebulosas que pueden adoptar la apariencia que se quiera. Son palabrería barata; pero palabrería cargada de pólvora y metralla. Además, me parece una soberana gilipollez convertir una cuestión de puro azar –haber nacido en determinado sitio- en algo básico para la existencia de quién sea. Por último, conviene recordar que en la base de todos los fascismos que son y han sido se encuentra el nacionalismo.
Y, ojo, estoy en contra de todos los nacionalismos, comenzando por el español, que es el que más he sufrido. No olvidemos que nací bajo la “Una, grande y libre”, que mira por dónde, ni era una, ni era grande, ni, por supuesto, era libre. Así que nacionalismo español, caca. Y el vasco, y el catalán, y el gallego, todos caca.
Sin embargo, es tan tentadora la idea de separarse de un país tan cutre y mal acabado como España... Dejar de ser español suena casi como una liberación. Si me dijeran que podía separarme de España para convertirme en, no sé, noruego, por ejemplo, y si me garantizaran que todos los noruegos iban a aprender español para facilitarme la comunicación, no lo dudaba ni un segundo: a Noruega de cabeza, pese al clima. Pero ¿dejar de ser español para convertirme en catalán? No me jodas, pero si es lo mismo; idéntica cagada.
Y es que eso es algo que no entienden ni los españolistas ni los catalanistas: que el eje, la esencia, la piedra angular de lo que, para bien o para mal, es España surge de la intersección entre Castilla y Cataluña. España, sin Cataluña, ya no sería España. Y Cataluña, sin España, tampoco sería Cataluña, sino un patético invento del nacionalismo. No hay dos naciones; sólo hay dos idiomas que, encima, se parecen un huevo.
Pero lo que más me cabrea es la facilidad con que mordemos el anzuelo, lo fácilmente que nos dejamos engañar. Tanto España en su conjunto como Cataluña en su autonomía sufren una profunda crisis que no solo es económica, sino también, y sobre todo, política, estructural y democrática. Hay grandes problemas que exigen ser abordados y corregidos, hay poderosas razones para que la gente se movilice con el objetivo de reformar un sistema que hace aguas por todas partes. La actual partidocracia ya no representa los intereses de los ciudadanos, sino sus propios intereses y los de una oligarquía cada vez más poderosa y rapaz. Ya no hay separación de poderes, ya no hay controles, ya no hay ni rastro de ética. Nuestro sistema político está corrupto.
¿Y qué pasa con la Generalitat? Pues que el partido que gobierna actualmente, Convergència i Unió, con el honorable Artur Mas a la cabeza, siempre ha sido conocido como el “partido del tres por ciento”, por su desmedida afición a las comisiones ilegales. Y su forma de afrontar la crisis ha consistido en hacer lo mismo que hace el PP: pegarle hachazos al estado del bienestar. Eso debería de cabrear a los catalanes, ¿no?
Pues sí, probablemente les ha cabreado, pero no importa. ¿Para qué preocuparnos por los viejos problemas si podemos dedicarnos en cuerpo y alma a crear nuevos problemas? Saquemos un conejo de la chistera: la independencia. Escucha, catalán: vas a tener tu propia patria, una patria para ti solito. Una mierda de patria, es cierto; pero tampoco es que la de antes fuese gran cosa. Lo importante es que será TU PATRIA. No puedes consentir que un gallego al frente de un gobierno español te engañe y te robe; debes exigir que quienes te engañen y te roben sean compatriotas tuyos, catalanes de pura sangre.
Y muchísimo catalanes, henchidos de amor patrio, han mordido el anzuelo y se han movilizado para exigir una solución que no soluciona nada. Y Mas ha convocado unas elecciones que ganará por aclamación, porque es un Padre de la Patria al que hay que seguir ciegamente, pese a su inclinación a quedarse con un 3% de esa patria. Y ya está; todo el mundo se ha olvidado de los verdaderos problemas y el status quo se mantiene.
Claro que, para que las cosas lleguen a este punto, ha hecho falta la inestimable colaboración de la derecha, con su visceral anticatalanismo, sus campañas de boicot al cava y sus recursos al Supremo. Una actitud de lo más adecuada para un partido de implantación nacional; adecuada para obtener votos en Castilla, claro. Y no nos olvidemos del PSOE, que parece haber olvidado que la izquierda jamás ha sido nacionalista, sino todo lo contrario: internacionalista. Pero hay que sacar votos hasta de las piedras, por supuesto.
En fin, todo está arreglado; ya hay carnaza para todos. Los catalanistas haciendo su patria, los españolistas berreando por la suya, y entre tanto la casa sin barrer y las ratas a sus anchas. Pero todos felices: ya tenemos a quién odiar, que eso une mucho.
¿Y yo, como catalanoespañol, qué voy a hacer? Pues voy a hacerme noruego, a poco que me dejen.
César Mallorquí
No obstante, cada vez que se me define como “escritor catalán” me siento extraño, como si no hablaran de mí. Porque soy el catalán menos catalán del mundo; un charnego al revés. ¿Cómo voy a sentirme catalán si me trajeron a Madrid cuando tenía un año de edad? Además, mi padre era un gran españolista que, por otro lado, le guardaba cierto rencor a Cataluña (quizá porque Cataluña no le tratara bien durante su niñez y juventud marcada por el estigma de ser “hijo natural”). Tanto es así que, aunque era bilingüe, sólo le oí hablar en catalán dos veces en mi vida. En cuanto a mi madre, no pertenecía a una rancia estirpe catalana; era hija de charnegos. Y, qué demonios, yo me he criado en Madrid, donde he vivido siempre. Así que no, no me siento catalán, aunque me gusta Cataluña y, en especial, Barcelona, una preciosa ciudad que, cuando se sacude el ombliguismo provinciano (algo que no siempre ocurre), puede ser muy cosmopolita.
Pero ahora me estoy replanteando las cosas. Si Cataluña se convirtiera en un país independiente, ¿qué pasaría conmigo? ¿Tendría que elegir entre ser catalán o español? ¿Podría tener la doble nacionalidad? ¿Debería aprender catalán, a mi años? (qué pereza, virgen santa). Y si el independentismo prospera, generando la consiguiente reacción en contra, ¿correría el peligro de ser apaleado por una falange de furibundos españolistas? Si optara por ser español, ¿sería considerado un traidor a la patria en Cataluña? Según la decisión que tomase, ¿tendría que renunciar al pa amb tomaca o, por el contrario, alimentarme sólo de botifarra amb mongetes? A mí, que la bandera española me la suda, ¿debería empezar a emocionarme la senyera? Y, sobre todo, ¿tendría que olvidar mi inquebrantable adhesión al Real Madrid para entregarme en cuerpo y alma a los colores del Barça?
Qué complicado todo, ¿verdad? Sobre todo, porque Madrid no me gusta. Antes sí que me gustaba, es cierto; durante mi niñez, cuando sólo era un pueblo grande, y allá por finales de los 70 y comienzos de los 80, cuando la ciudad reventó de optimismo y creatividad. Pero después de varias décadas de estar en manos de la derecha más cavernaria, Madrid se ha ido a la mierda, convirtiéndose en un lugar hostil y antipático. Lo cierto es que, si pudiera, me iría a vivir a otra parte. Pero, ¿a Cataluña? ¿A un Cataluña independiente? ¿A una NACIÓN, así, con mayúscula? Mmmm... creo que no, que mejor paso.
Porque, veréis, detesto el nacionalismo. El término “patria” forma parte de lo que yo denomino Grandes Palabras Peligrosas; es decir, palabras por las que la gente se mata entre sí. Y digo bien: palabras, no conceptos, porque términos como Patria, Dios o Raza no se refieren a algo claramente definido, sino a entelequias tan nebulosas que pueden adoptar la apariencia que se quiera. Son palabrería barata; pero palabrería cargada de pólvora y metralla. Además, me parece una soberana gilipollez convertir una cuestión de puro azar –haber nacido en determinado sitio- en algo básico para la existencia de quién sea. Por último, conviene recordar que en la base de todos los fascismos que son y han sido se encuentra el nacionalismo.
Y, ojo, estoy en contra de todos los nacionalismos, comenzando por el español, que es el que más he sufrido. No olvidemos que nací bajo la “Una, grande y libre”, que mira por dónde, ni era una, ni era grande, ni, por supuesto, era libre. Así que nacionalismo español, caca. Y el vasco, y el catalán, y el gallego, todos caca.
Sin embargo, es tan tentadora la idea de separarse de un país tan cutre y mal acabado como España... Dejar de ser español suena casi como una liberación. Si me dijeran que podía separarme de España para convertirme en, no sé, noruego, por ejemplo, y si me garantizaran que todos los noruegos iban a aprender español para facilitarme la comunicación, no lo dudaba ni un segundo: a Noruega de cabeza, pese al clima. Pero ¿dejar de ser español para convertirme en catalán? No me jodas, pero si es lo mismo; idéntica cagada.
Y es que eso es algo que no entienden ni los españolistas ni los catalanistas: que el eje, la esencia, la piedra angular de lo que, para bien o para mal, es España surge de la intersección entre Castilla y Cataluña. España, sin Cataluña, ya no sería España. Y Cataluña, sin España, tampoco sería Cataluña, sino un patético invento del nacionalismo. No hay dos naciones; sólo hay dos idiomas que, encima, se parecen un huevo.
Pero lo que más me cabrea es la facilidad con que mordemos el anzuelo, lo fácilmente que nos dejamos engañar. Tanto España en su conjunto como Cataluña en su autonomía sufren una profunda crisis que no solo es económica, sino también, y sobre todo, política, estructural y democrática. Hay grandes problemas que exigen ser abordados y corregidos, hay poderosas razones para que la gente se movilice con el objetivo de reformar un sistema que hace aguas por todas partes. La actual partidocracia ya no representa los intereses de los ciudadanos, sino sus propios intereses y los de una oligarquía cada vez más poderosa y rapaz. Ya no hay separación de poderes, ya no hay controles, ya no hay ni rastro de ética. Nuestro sistema político está corrupto.
¿Y qué pasa con la Generalitat? Pues que el partido que gobierna actualmente, Convergència i Unió, con el honorable Artur Mas a la cabeza, siempre ha sido conocido como el “partido del tres por ciento”, por su desmedida afición a las comisiones ilegales. Y su forma de afrontar la crisis ha consistido en hacer lo mismo que hace el PP: pegarle hachazos al estado del bienestar. Eso debería de cabrear a los catalanes, ¿no?
Pues sí, probablemente les ha cabreado, pero no importa. ¿Para qué preocuparnos por los viejos problemas si podemos dedicarnos en cuerpo y alma a crear nuevos problemas? Saquemos un conejo de la chistera: la independencia. Escucha, catalán: vas a tener tu propia patria, una patria para ti solito. Una mierda de patria, es cierto; pero tampoco es que la de antes fuese gran cosa. Lo importante es que será TU PATRIA. No puedes consentir que un gallego al frente de un gobierno español te engañe y te robe; debes exigir que quienes te engañen y te roben sean compatriotas tuyos, catalanes de pura sangre.
Y muchísimo catalanes, henchidos de amor patrio, han mordido el anzuelo y se han movilizado para exigir una solución que no soluciona nada. Y Mas ha convocado unas elecciones que ganará por aclamación, porque es un Padre de la Patria al que hay que seguir ciegamente, pese a su inclinación a quedarse con un 3% de esa patria. Y ya está; todo el mundo se ha olvidado de los verdaderos problemas y el status quo se mantiene.
Claro que, para que las cosas lleguen a este punto, ha hecho falta la inestimable colaboración de la derecha, con su visceral anticatalanismo, sus campañas de boicot al cava y sus recursos al Supremo. Una actitud de lo más adecuada para un partido de implantación nacional; adecuada para obtener votos en Castilla, claro. Y no nos olvidemos del PSOE, que parece haber olvidado que la izquierda jamás ha sido nacionalista, sino todo lo contrario: internacionalista. Pero hay que sacar votos hasta de las piedras, por supuesto.
En fin, todo está arreglado; ya hay carnaza para todos. Los catalanistas haciendo su patria, los españolistas berreando por la suya, y entre tanto la casa sin barrer y las ratas a sus anchas. Pero todos felices: ya tenemos a quién odiar, que eso une mucho.
¿Y yo, como catalanoespañol, qué voy a hacer? Pues voy a hacerme noruego, a poco que me dejen.
César Mallorquí
Sherlock... buscando pistas...
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