sábado, septiembre 11, 2010

Prostitución ¿un trabajo más?

En el mundo en que vivimos, el mercado lo domina todo y una mujer, dado que existe oferta de relación sexual y demanda, puede convertirse en una mercancía. El comercio del sexo es una de las mayores fuentes de beneficios, por detrás del tráfico de armas y de droga. El comercio sexual reposa sobre un sistema organizado por redes mafiosas y está favorecido por nuestros Estados proxenetas. Se estima en 40 millones el número de personas prostituidas en el mundo en el 2001 de las cuales 33 millones en el sud-este asiático.

El mercado del sexo se estructura hoy siguiendo el esquema de una prostitución que antes, y todavía en la actualidad, se organizaba para cubrir las “necesidades” de las tropas militares, obviamente masculinas, durante guerras y ocupaciones. Unas 18.000 prostitutas están hoy al servicio de 43.000 militares en Corea.

Para hacernos una idea, en los Países Bajos, la industria sexual es el 5 % del PIB, en Japón es del 1 al 3%, en Tailandia, Melanesia, Filipinas e Indonesia es del 2 al 14% .

La prostitución de calle, la más conocida por ser la más visible, sin embargo, es inferior en cuanto al número de personas que la ejercen en los establecimientos cerrados: sex-shops, salones de masaje, clubes de carretera, etc. Esta prostitución molesta menos porque es invisible y además permite que ciertas prostitutas no sean reconocidas como tales.

Los salones de erotismo se han convertido en comercios “normales” en los que se puede comprar productos como revistas, videos… y en los que se asocian vendedores, comerciantes y creadores en empleos “normalizados”. Estos nuevos burdeles suelen poner a disposición de los clientes de 20 a 150 prostitutas.

Para hacernos una idea de su volumen de negocio, la cifra de una de estas empresas, instalada al lado de la universidad de Toulouse, equivale a 3,5 veces los créditos europeos destinados a luchar contra la violencia hacia las mujeres. En Francia un proxeneta gana de 460 a 762 euros al día.
¿Libre elección?

La prostitución toma hoy diversas formas. Desde la ocasional (en ella las mujeres alquilan su cuerpo para llegar a fin de mes) denominada libre, a la prostitución organizada y mundializada en la que mujeres y niños son obligados a prostituirse para redes de proxenetismo, llamada forzada o sucia.

Se trata de un artificio de vocabulario que busca legitimar una prostitución supuestamente libre. Hablar de libre elección, en este caso, sería dar una vuelta de tuerca al eslogan feminista que reivindica la libertad de las mujeres para disponer de su cuerpo. Esta distinción entre prostitución libre y forzada lleva a pensar en elecciones individuales, olvidando el contexto social que las condiciona: la relación entre clases.

La prostitución reproduce las relaciones de clase, con una sobre-representación de personas pertenecientes a sus capas sociales más frágiles económica y culturalmente. Masivamente afectadas por el paro y el trabajo precario, las mujeres, y más aún las inmigrantes, ocupan los puestos peor pagados. La prostitución aparece como un medio de hacer dinero más fácilmente que en el mercado “legal” de trabajo.

No se trata de considerarlo como una actividad vergonzosa, sino reconocerlo como violencia. Ningún trabajo reconocido legalmente en Europa supone la obligación de renunciar a la integridad psíquica, y esto es un progreso respecto al estatus de esclavos.

Lo urgente es que la prostitución salga de la ilegalidad en la que se encuentra en la mayoría de países, incluyendo el Estado español, donde no es un delito, pero no hay derechos reconocidos para las prostitutas.

La prostitución va ligada a la explotación que viven las clases populares. A nivel económico hay que luchar por el aumento del salario mínimo, una renta básica para todos y todas, el fin del tiempo parcial impuesto masivamente a las mujeres así como la igualdad de salario entre ambos sexos En el Estado español sólo 2 de cada 100 prostitutas es de nacionalidad española. Hay que luchar contra la expulsión de las prostitutas extranjeras sin papeles. Que se les den sin necesidad de que denuncien al proxeneta o a la red mafiosa, ya que por miedo casi ninguna lo hace.

Hay que defender el reconocimiento de derechos para las personas prostituidas. Derechos ligados al hecho de ser personas. La salud, la protección contra la violencia, la formación o la vivienda deben ser accesibles para toda persona. Reconocer la dignidad y el respeto a las prostitutas no significa institucionalizar su opresión. Ellas reclaman el respeto a su dignidad y el derecho a la libre circulación, así como el no hostigamiento a los clientes, que fuerza los tratos rápidos y clandestinos. Si ellas lo piden hay que legalizarla, ya que pecaríamos de un paternalismo aberrante, pero siendo conscientes de que lo que debemos perseguir en último término es la liberación de la sexualidad de las relaciones mercantiles.

María Ibáñez


Sherlock

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