martes, agosto 10, 2010

Sin las mujeres no hay revolución

La mujer ha sido considerada tradicionalmente como un sector atrasado de la sociedad. La explicación a esto hay que buscarla en la doble explotación que sufre bajo el sistema capitalista. Una mirada atrás en nuestra historia nos demuestra que, en los periodos revolucionarios, las mujeres han logrado conquistar derechos fundamentales.Setenta años después de la revolución española recuperar estos logros es un homenaje obligado.

La II República trajo enormes esperanzas especialmente para las mujeres. En la Constitución de 1931 se les reconoció el derecho al voto y a ser elegidas para cualquier cargo público. El año siguiente se aprobó la Ley de Matrimonio Civil y la Ley del Divorcio, en ese momento la más progresista de Europa, ya que reconocía el divorcio por mutuo acuerdo y el derecho de la mujer a tener la patria potestad de los hijos. Ambas leyes supusieron un duro revés para la Iglesia, que veía recortadas sus funciones e influencia en el seno de la familia, y un gran paso adelante para que la mujer saliese de su órbita de influencia.

En 1936, bajo la presión de la revolución, el Gobierno de la Generalitat de Catalunya despenalizó y legalizó el aborto, además de legalizar el matrimonio civil y el divorcio libre. No es casualidad que esto se consiguiese en una zona donde las mujeres estaban más incorporadas al trabajo industrial. En 1935 se decretó la abolición de la prostitución, dado que hasta ese momento el cuerpo de la mujer era considerado legalmente por la burguesía como una mercancía en venta.
Politización creciente

La mujer había dejado de tener una actitud pasiva y resignada para empezar a tomar parte activa en la lucha. Al mismo tiempo que aumentaba su incorporación al mundo laboral y a las movilizaciones, iba aumentando su participación en los sindicatos y partidos obreros.

En el Congreso de la UGT de 1932 se aprobó bajar la cuota para la mujer como una manera de facilitar su afiliación, debido a la inferioridad de sus salarios, y también se aprobó incrementar la propaganda entre las trabajadoras, que hasta ese momento había sido más bien escasa. Es en este momento cuando por primera vez se incluye en su programa la consigna “A igual trabajo, igual salario”. Esta orientación hacia las trabajadoras tuvo un rápido efecto: de 18.000 afiliadas que tenía la UGT en 1929, pasó a tener en los primeros meses de 1936 más de 100.000.

La CNT siguió el mismo camino y en 1936 tenía más de 142.000 afiliadas. Una de las características más importantes en este proceso de incorporación de la mujer a la lucha, es que en todo momento lo que predominó fueron las reivindicaciones de clase. No hubo cabida para ningún tipo de reivindicación feminista burguesa. En el movimiento anarquista el proceso fue más difícil ya que había distintos sectores con posturas bastante dispares. Algunos defendían que el único papel de la mujer era el de apoyar al hombre: “La mujer tiene que desempeñar un papel accesorio de apoyo al hombre militante. Su misión central es la de cuidar a sus hijos y compañero en el seno del hogar y, sobre todo, actuar de apoyo al hombre”. Otros luchaban contra cualquier concepción feminista, negaban que existiese ningún problema específico de la mujer y por tanto no había que prestar demasiada atención a ese tema, y otro sector defendía incorporar al programa de la CNT las reivindicaciones específicas de la mujer.
La mujer en el frente

Las milicias obreras fueron el segundo ejército del mundo que incorporó a la mujer, tras haberlo hecho el ruso por primera vez en 1917. Aunque, el número de milicianas fue escaso, su presencia en los primeros meses fue relevante. Es precisamente en este periodo en el que se produce la mayor afiliación femenina a las organizaciones obreras.

Cuando las tropas nacionales atacaron Madrid en noviembre de 1936, entre las fuerzas que les hicieron frente se encontraban un gran número de milicianas. En el frente de Segovia luchó con buenos resultados un batallón de mujeres. También en Catalunya, en agosto de 1936 se creó un batallón femenino, el cual fue enviado junto a otras tropas para defender Mallorca e incluso en Asturias se ha podido documentar la existencia de un grupo pequeño de milicianas, una de las cuales llegó a ser capitana en una compañía de ametralladoras.

La división sexual del trabajo también permaneció en el frente. A las mujeres se les asignaban tareas como preparar la comida, lavar la ropa a los soldados y labores sanitarias. Aunque muchas milicianas quisieron romper con las tradicionales asignaciones de tareas domésticas, las diferencias de género estuvieron presentes.

La figura de la miliciana fue uno de los símbolos de la lucha contra los militares sublevados durante los primeros meses del conflicto. Los numerosos carteles de propaganda puestos en circulación durante la guerra presentaron con mucho impacto la imagen innovadora de la miliciana que, vestida de mono y cargando un fusil, marcha con paso decidido hacia los frentes de guerra. Junto a esta imagen heroica de la resistencia beligerante, contrasta la tradicional representación de la mujer víctima del fascismo, la madre, defensora de sus hijos que reclama la solidaridad antifascista y que, desconsolada por la pérdida de los suyos, insta a la participación en la lucha.
La UMA

Las organizaciones antifascistas llegaron a aglutinar más de 60.000 afiliadas en más de 255 agrupaciones locales. La Unión de Mujeres Antifascistas (UMA) se presentaba como única organización unitaria que representaba a las mujeres antifascistas de cualquier afiliación política y que reunía a mujeres comunistas, socialistas, republicanas y católicas vascas. Sin embargo cabe destacar que la conjunción socialista-comunista tuvo gran peso en la organización y que además el Partido Comunista de España tuvo gran incidencia en su dirección y orientación política, con La Pasionaria como presidenta. Las posiciones políticas del estalinismo, negando la revolución española y sometiendo toda la acción del proletariado español al apoyo a la república democrático burguesa, tuvo sus consecuencias prácticas en la política de la UMA. En julio de 1936, en vez de incorporar a las mujeres a la revolución que estaba en marcha, y concienciarlas de que su liberación sólo podría llegar liberando al conjunto de la clase obrera en lucha, basaron su política en limitar la acción de la mujer a un respaldo a la retaguardia.

De hecho, UMA no fue la única organización a pesar de sus intenciones. Mujeres Libres y el Secretariado femenino del POUM presentaron, por su parte, una identidad política más definida.

Mujeres libres fue la organización de mujeres de la CNT y organizó a unas 20.000. Esta planteó la opresión de las mujeres como una opresión específica dentro de la opresión de clase. Esto se explicaba así en su revista: “No luchamos contra los hombres, no pretendemos sustituir el dominio masculino por el femenino. Es necesario trabajar y luchar juntos pues sino nunca tendremos la revolución social. Pero necesitamos nuestra propia organización para luchar por nosotras mismas”.

La postura del POUM era distinta, no defendía una organización de mujeres aparte y abogaban por un Frente Revolucionario de Mujeres Proletarias que tuviese un contenido revolucionario. Su principal objetivo era atraer a las mujeres al partido y plantear la lucha de las mujeres unida a la de los trabajadores, como la única forma de derrocar al sistema y hacer triunfar la revolución. Fue la única organización que proporcionó entrenamiento militar a las mujeres, aunque para la defensa de la retaguardia.
Hacia el olvido

Pero a partir de octubre de 1936 el panorama comenzó a cambiar. Cuando Largo Caballero, Ministro de Guerra en el gobierno del Frente Popular, apoyado por el PCE, y más tarde por los anarquistas, decretó la prohibición de que las mujeres luchasen en el frente y que su labor se limitase a realizar las tareas domésticas dentro de los batallones, produjo una enorme decepción y frustración. Todas las organizaciones, incluyendo CNT y POUM, acabaron defendiendo la retirada a la retaguardia. Con esta política se frenó el ímpetu y la ofensiva revolucionaria, así no se ganaba la batalla, sino más bien todo lo contrario, se preparaba el camino hacia la derrota.

Tras el triunfo de la contrarrevolución fascista hubo más de 30.000 mujeres en-carceladas sólo en la cárcel de Ventas, en Madrid, y 1.000 de ellas fueron fusiladas. Otro castigo reservado para las mujeres por la dictadura, no sólo para las que habían tomado parte activa en la lucha, sino también para las mujeres de los milicianos, para sus hijas, madres etc., fue que eran encarceladas, rapadas al cero y paseadas por las calles de sus pueblos y ciudades. Al mismo tiempo las mujeres retrocedieron más de medio siglo en sus condiciones de vida y en sus derechos, se prohibieron todas sus conquistas: el derecho al aborto, el divorcio, los matrimonios civiles; y además se les prohibió prácticamente el derecho a trabajar, quedando de nuevo confinada a las cuatro paredes del hogar.

Gemma Papell es miembra d'En lluita

2 comentarios:

  1. Bien por las mujeres que van allanando el camino a lo largo de la historia, pero si hay motivos de igualdad, como creo firmemente, no se por qué hablar tanto de las mujeres. Tal vez hoy en día hablar un poco de la sociedad en general no está de más y dejar de lado los géneros. Para mí un hombre y una mujer no tienen diferencias en ningún ámbito social, cultural, familiar, etc. Por qué darle tanta cuerda a algo que forma parte de pasado, tal vez estemos tan anclados ahí, en el pasado....

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  2. Motivos de igualdad teòricos si los hay. No deberìa haber diferencias sociales, culturales, familiares entre un hombre y una mujer. Pero hay que reconocer que sì que las hay, a veces estàn por encima del hombre, como es el caso de las separaciones y la custodia de los hijos. Esto es un claro ejemplo de que la revolucion de la mujer en este caso concreto es un èxito, ahì si te doy la razòn. Pero los sueldos siguen siendo distintos por el mismo trabajo.
    No, no forma parte del pasado, mas bien creo que està muy presente.

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Gracias por su comentario.