domingo, octubre 12, 2014

El deseo de Poder, y el poder del deseo.

Hay quien afirma que el peor enemigo del Anarquismo, es el reformismo. A ver, eso no puede ser. Yo soy un enorme reformista, y no soy el principal enemigo del anarquismo. Y lo explico. Las personas viven en una sociedad, confían en que a un día sucederá otro que les permitirá seguir viviendo, es decir, que confían en el sistema, aunque les fastidie. Reproducir la sociedad en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la cultura…, es –en líneas generales–, reformista.

Luego está todo ese rollo de la revolución. Hay revoluciones científicas, políticas, económicas, tecnológicas, industriales, epistemológicas, religiosas, agrícolas… Y están las Revoluciones Sociales. Las sociales escasean, porque cambian la estructura de la sociedad y su funcionamiento, lo cual es muy complicado. Fueraparte de la represión, la gente vulgar desconfía del cambio, y solo se lanza a él cuando se acumulan un montón de sucesos voluntarios e imprevistos. Entonces se da la paradoja de que son reformistas, convertidos en masa rebelde, los que hacen la revolución.

Así que no es buena idea que el reformismo sea el peor enemigo del anarquismo. Lo primero porque hay millones de reformistas censados, y anarquistas hay en muy escaso número. Los reformistas darían una paliza impresionante a los anarquistas. Y lo segundo, porque son los reformistas los que hacen la Revolución Social. Cuando venga la próxima, pregunta al compañero o compañera que asalta el castillo a tu lado, qué quiere. No lo sabe con claridad. Apenas un mes antes, ni soñaba con coger una ametralladora. Tal vez le guste el rock cristiano… Busca pues, a los revolucionarios conscientes: muchos pueden estar, tranquilamente, a mil kilómetros del jaleo.

Ahora, tomemos a unos cuantos de revolucionarios. Mirémoslos como si estudiásemos microbios. ¿Qué hacen? Pues disputan, critican, escriben, pontifican, hablan… Yo mismo escribo lo que se me ocurre, y ni en sueños pretendo ser revolucionario por ello, líbreme Durruti. Por hablar de la revolución, no se es revolucionario. Y si observamos a las fracciones más puras de la revolución, reunidas en asamblea deliberativa… Oh cielos. No hay cosa para la que haya que tener más paciencia, que para una reunión de revolucionarios que analizan el reformismo que todo lo inavade, porque aburren a las ovejas.

Así que los revolucionarios que aseguran que el reformismo divide y destruye a los revolucionarios, hacen malas descripciones del mundo. La división y destrucción del mundo revolucionario, deriva del deseo de Poder. Ese deseo, si te invade, tiene un efecto inmediato: hace que centres toda tu energía en conseguir que los demás hagan cosas que no quieren hacer.

Y en esto del Poder y del deseo, el Acratosaurio es muy anarquista: mi deseo es hacer lo que yo quiero. Lo que hagan los revolucionarios con sus divisiones, con sus peligros, con sus depuraciones, con sus temores…, es cosa de ellos. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.


por Acratosaurio Rex



Sherlock... buscando pistas


Matad al perro

Hay personas que cuando les comento que “mataron al perro”, o que cuando aplaudo a las chicas que se empotraron con la furgoneta intentando impedir el paso a los del asesinato, me indican que mi sensiblería les da asco, dado que me preocupo de un perro, y obvio el problema de que se es sensible con el perro, porque aquí vivimos bien, en el Primer Mundo, y podemos permitirnos ese lujo… En mi opinión, semejante raciocinio es incorrecto.

Cuando se es pobre, cierto, se come uno lo que pilla. Yo he conocido a gente que, necesitados de condumio, se zamparon en el año del hambre, ratas, gatos, perros y a su abuelo. Nada que objetar por tanto al hambre y a la gastronomía subsiguiente… Pero, vaya, observo que quienes me afirman que esa sensibilidad que tengo con los bichos les avergüenza, resulta que están incluso gordos, van a bares, toman drogas recreativas… Es decir, disfrutan del Primer Mundo y –sin embargo–, son más brutos que un saco de martillos. O sea, que no se puede decir que ser empático, sea cualidad de gente próspera y ociosa.

En mi caso y por alusiones, aparte de la tristeza existencial que me causa la muerte de cualquier ser vivo, están puras consideraciones prácticas. Quienes estén disfrutando de las espantosas declaraciones de autoridades sanitarias y expertos en esto del ébola, pueden percibir que tratan con absoluto desprecio, no solo la vida de un perro, si no la de los propios trabajadores del sistema. Primero les obligan a realizar actividades para las que no han sido entrenados. Les coaccionan bajo amenaza de sanción o despido, a meterse en un ambiente séptico. Si una de ellas se contagia, la culpa es suya, por no haber hecho bien las cosas. Y si cunde la indignación entre los sanitarios, responden que de qué se quejan, que ese es su trabajo. Y eso, lo dicen personas del Primer Mundo, puras bestias con corbata, para quienes la vida humana vale un pimiento, pues el hecho de que no ejecuten a los que han tenido contacto con la plaga, se basa en meras consideraciones políticas. Porque llegado el caso, nos asesinan físicamente.

Con ello quiero decir, que las chicas que se lanzaron con la furgoneta a defender a un perro, o que se les fueron los frenos, vete a saber, y las personas apaleadas en el piquete por La Guardia, no luchaban solo por la vida de un animal, si no –digo yo– por una forma de entender la vida, que percibe a cualquier ser de este planeta como un pariente al que podemos considerar digno de ser amado. O –filosóficamente hablando–, digno de tener la oportunidad de vivir.

Eso incluye a las serpientes venenosas, virus y dirigentes políticos. Que podemos amar la vida, y cuidar de que no nos maten. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.





Sherlock... buscando pistas